Se pretende que texto y fotografía conformen un todo irónico e inadecuado. Es decir, una falta de “coordinación” entre lo que vemos y leemos. De este modo, se producen, en la relación entre la imagen y su cuerpo textual, alteraciones del orden descrito, dado que si aquello que se ve es interpelado por un empleo del lenguaje escrito, no ya des/figurado sino descentrado, el espectador que advierte la anomalía se pone en estado de alerta. En definitiva, el órgano censor se disuelve desde el momento que el sujeto receptor percibe la inadecuación de texto e imagen. De forma conductual y cognitiva el espectador busca las relaciones omitidas para desentrañar esa anomalía.